He leído este articulo de periodistas digital y me ha gustado mucho, podéis ver el original aquí y para los mas comodones lo transcribo.
Muchas de las lacras que provocaron la revuelta popular y la huida del sátrapa Ben Alí en Túnez también están presentes en la sociedad española, sobre todo dos: la corrupción generalizada y la desesperación de los jóvenes, sin trabajo, sin horizontes, sin oportunidades y sin esperanza. La gran lección que el mundo entero debe extraer de los acontecimientos de Túnez es que los sátrapas pueden ser expulsados del poder, por muy blindados que se sientan y protegidos por sus fuerzas represoras y el amparo de la comunidad internacional. Basta plantarles cara, salir a las calles y protestar, cargados de razón. Al final, las ratas, cargadas de dinero y cobardía, siempre huyen.
Los acontecimientos de Túnez no son aislados porque forman parte de la gran revolución del siglo XXI, protagonizada por los ciudadanos en rebeldía contra los regímenes corruptos que abusan del poder, que amparan la injusticia y que atiborran a sus políticos de privilegios injustos e inmerecidos. Los ciudadanos están decididos a exigir una democracia auténtica, no solo en países donde no la hay, como Túnez, sino también en otros, como España, donde la democracia está podrida y trucada, donde los partidos políticos carecen de controles y el ciudadano ha sido marginado y despojado de sus poderes.
Los ciudadanos, desde su marginación, están cansados de malos gobernantes y se sienten dispuestos a luchar por un mundo mejor y una democracia real, donde se prioricen la educación, el esfuerzo y el respeto, donde se exalten los valores, donde los políticos no puedan infectar la sociedad con la corrupción y la desigualdad, donde tengan que rendir cuentas por sus desmanes y en la que existan controles férreos que impidan a los partidos y a los políticos anteponer sus propios intereses al bien común.
Muchos países comparten con las autocracias del norte de África graves lacras contemporáneas como el autoritarismo de sus regímenes políticos, los privilegios de los poderosos, la corrupción institucionalizada, un desarrollo económico desequilibrado, raquítico para unos y esplendoroso para las "castas" del poder, un desprecio profundo a la democracia, que siempre es prostituida y minada por los partidos políticos, escaso respeto por los derechos humanos y dramáticas desigualdades sociales.
Pero quizás el factor más explosivo que comparten sea la injusticia que envuelve a sus jóvenes y los convierte en seres marginados y sin sitio en la sociedad. En algunos de esos países, los jóvenes, con mejor preparación que sus padres y abuelos, están postrados y marginados, sin posibilidad de trabajar y sin que pueden hacer oír su voz en los palacios del poder. En España, casi la mitad de los jóvenes están en el paro y sin esperanzas de encontrar un trabajo estable que les permita crear una familia. Esos jóvenes tienen la posibilidad y el derecho a salir a las calles para exigir la justicia que se les niega.
Ante la rebeldía creciente de los jóvenes marginados y desesperados, hoy dueños de nada pero que quieren ser dueños del futuro, los gobiernos corruptos y marcados por la injusticia retroceden y los sátrapas que cobran pensiones de oro y que disfrutan de privilegios que no merecen, huyen como ratas.
Es la lección de Túnez, una lección que se repetirá en muchos escenarios a lo largo y ancho del siglo XXI, que será el siglo de los rebeldes y el del retroceso de los magnates y sátrapas, que consiguieron imponer su injusto e ineficaz dominio en el siglo XX.
Lo ocurrido en Túnez demuestra que hasta los dictadores del mundo árabe, que parecían invencibles, pueden caer. El modelo de los jóvenes en las calles, pagando un precio de sangre a cambio de expulsar a los dictadores dañinos que les han arrebatado la esperanza, puede repetirse en Marruecos, Argelia, Egipto y otros países del Tercer Mundo, pero también en algunos países del Primer Mundo, donde ya los ciudadanos rechazan abiertamente a los gobiernos ineptos que les llevan hacia la pobreza, el desprestigio y la desesperación.
La España de Zapatero es el más claro ejemplo de ese rechazo ciudadano al mal gobierno y al abuso. Zapatero es uno de los líderes mundiales más rechazados por su pueblo. Nada menos que el 86 por ciento de los españoles piensan que ha gestionado mal la crisis y un porcentaje ligeramente menor, aunque también abrumador, le exige que se marche, sin que el arrogante presidente de España haga caso al clamor, amparado en el argumento mezquino y antidemocrático de que ha sido elegido por cuatro años y tiene que cumplir "como sea" ese mandato.
Es así como se provoca la indignación de los ciudadanos, que quieren ser en este siglo lo que realmente son y no le dejan ser: los soberanos del sistema, los reyes de la democracia.