sábado, 4 de junio de 2011

Mayo del 68

Se conoce como Mayo francés o mayo del 68 la cadena de protestas que se llevaron a cabo en Francia y, especialmente, en París durante los meses de mayo y junio de 1968. Esta serie de protestas fue iniciada por grupos estudiantiles de izquierdas contrarios a la sociedad de consumo, a los que posteriormente se unieron grupos de obreros industriales y, finalmente y de forma menos entusiasta, los sindicatos y el Partido Comunista Francés. Como resultado, tuvo lugar la mayor revuelta estudiantil y la mayor huelga general de la historia de Francia, y posiblemente de Europa Occidental, secundada por más de 9 millones de trabajadores. Estuvo vinculado con el movimiento hippie que se extendía entonces.

La magnitud de las protestas no había sido prevista por el gobierno francés, y puso contra las cuerdas al gobierno de Charles de Gaulle, que llegó a temer una insurrección de carácter revolucionario tras la extensión de la huelga general. Sin embargo, la mayor parte de los sectores participantes en la protesta no llegaron a plantearse la toma del poder ni la insurrección abierta contra el Estado, y ni tan siquiera el Partido Comunista Francés llegó a considerar seriamente esa salida. El grueso de las protestas finalizó cuando De Gaulle anunció las elecciones anticipadas que tuvieron lugar el 23 y 30 de junio.







Eran ambiciosas, y contundentes, las proclamas que se oían en París, en el mes de Mayo de 1968. La anterior la pronunció Daniel Cohn-Bendit, el por entonces popular dirigente estudiantil, durante los días en que París vivió una eclosión revolucionara que puso en tela de juicio las bases sociales y económicas vigentes: el modo de producción, la jerarquización, la función del estado, la institución e la familia, el sexo. Todas las consignas, todos los lemas del movimiento revolucionario amenazaban con atacar el sistema establecido de forma radical –en su sentido literal: desde la raíz-: “la imaginación al poder”, “seamos realistas, pidamos lo imposible”…




Todo había comenzado el día dos de ese mismo mes, cuando las autoridades de la universidad de Nanterre decidieron cerrar el centro para contener la amenaza estudiantil, que pedía cambios profundos para democratizar la enseñanza. Ese mismo día, el propio Cohn-Bendit, pronto convertido en líder del movimiento, encabezaba una manifestación antiimperialista, a la que concurrieron miles y miles de estudiantes.
Al día siguiente, el rector de la Sorbona, Jean Roche, pidió a la policía que desalojara la vieja universidad parisina, que había sido tomada por una asamblea de estudiantes. Para ello la policía utilizó medidas represivas duras, como gases lacrimógenos.

El lunes día seis, justo después del anuncio de que quedaban cerradas todas las facultades de París, algo más de cuarenta y nueve mil estudiantes se encontraron, de pronto, en la calle. Creció como la espuma la agitación revolucionaria; los estudiantes no arremetieron contra el rector, ni contra las autoridades universitarias, ni contra la policía; lo hicieron contra el sistema: la enseñanza era para ellos un fósil heredado del feudalismo que había de ser reemplazado por un sistema democrático y abierto, no represivo.
Pronto se sucedieron los primeros choques, batallas campañas en las que intervinieron más de veinte mil policías. Como en los días revolucionarios, se levantaron barricadas en París, en el Barrio Latino, y los enfrentamientos se saldaron con novecientos cuarenta y cinco heridos, y cuatrocientos veintidós arrestados. Sólo el lunes.

El martes siete otros treinta mil estudiantes desfilaron por las calles, cantando La Internacional. La día siguiente apareció el primer número de Acción, el órgano del movimiento revolucionario. Se extendió a toda la ciudad el clima de agitación que emergió en la universidad. El filósofo Jean-Paul Sartre declaró su solidaridad con unos estudiantes que le aclamaron. Las manifestaciones se extendieron a Estrasburgo, a Nantes, a Rennes y a Lyon.

Ese mismo día, el miércoles, el movimiento alcanzó un nivel mayor que marcaría su futuro: los trabajadores se solidarizaron con los estudiantes y pasaron a engrosar las filas de las cada vez más multitudinarias manifestaciones populares. El viernes ocho, y la madrugada del sábado, las calles de París eran un campo de batalla: hasta sesenta barricadas dividían su centro, y los revolucionaron resistieron, con todo tipo de armas improvisadas, el asalto de la guardia republicana.

Por la mañana se daba cuenta de más de setecientos heridos leves, y casi cuatrocientos heridos graves, así como de más de ochenta vehículos quemados.

Ante la amenaza de una huelga general convocada para el lunes trece, el Primer Ministro Pompidou anunciaba una decisión audar: la reapertura de la Sorbona. A pesar de ello, más de ochocientos mil personas se manifestaron el lunes, secundando la huelga.

El martes, la Sorbona fue ocupada de nuevo, y declarada comuna libre por los estudiantes. El movimiento se extendió al conjunto de la sociedad: los estudiantes ocuparon el teatro Odeón, símbolo de la cultura oficial, y su director, Jean Louis Barrault, se les sumaba.

La vida económica se paralizó por las continuas huelgas de todas las industrias, hasta que aparecieron los primeros síntomas de ruptura interna. El dirigente de la CGT, Goerges Séguy, separaba la acción sindical del movimiento estudiantil, declarando un célebre “no a la aventura”.

Perdido el apoyo de los trabajadores, el movimiento estudiantil estaba abocado al fracaso. El Presidente de la República, el general Charles de Gaulle, supo conducir la situación con diplomacia y promesas. Convocó elecciones para cuarenta días después, y prometió importantes mejoras salariales a los trabajadores. Finalmente, los últimos focos de rebelión fueron sofocados con la ayuda de un satisfecho Partido Comunista Francés. Las consignas del movimiento, a pesar de su fracaso, quedaron en la memoria colectiva de millones d personas, y condicionaron de forma profunda el desarrollo ideológico europea del último cuarto del siglo XX.